Me dirijo a Illueca, un municipio situado en la Comarca del Aranda, conocido por ser un importante enclave en la industria del calzado. Voy mirando el árido paisaje y la Sierra de la Virgen, que queda detrás del pueblo. Llego a casa de Francisco Garrido, quien fue propietario de una empresa, el nombre de la cual prefiere no mencionar. Estamos en el salón, acogedor, me ofrece café.
Me cuenta que lleva dedicándose al zapato desde 1986, cuando empezó a trabajar en la empresa de sus padres, donde ya lo hacía su hermano mayor, Pedro Garrido. “Al principio empecé en la cadena de producción, el puesto más sencillo, y poco a poco fui aprendiendo casi todo lo que conlleva la fabricación de calzado”, narra Francisco, “posteriormente aprendí contabilidad y empecé a desempeñar labores de ayudante de administrativo”, continúa. También me comenta la cercana jubilación del entonces contable, así que fue él quien cogió la dirección administrativa de la empresa. Después, junto a su hermano Pedro, decidieron dar continuidad a la fábrica de sus padres, por lo que se pusieron al frente de la dirección y gerencia de la empresa.
En la Comarca del Aranda, especialmente en Illueca y Brea de Aragón, se vendía mano de obra, es decir, zapato económico. Casi todas las fábricas trabajaban para empresas con gran capacidad de compra, la gran mayoría europeas. “Con la globalización, los clientes de gran capacidad dejan de comprar en España, y por consiguiente, nuestra zona se ve afectada gravemente”, cuenta Francisco e indica: “estas firmas se marchan a comprar a países donde la mano de obra es más barata, como China, India o Rumanía”.
Actualmente Illueca y Brea se ven sumidos en una tremenda crisis. Según Francisco: “no tenemos empresas que tengan una marca reconocida en el mercado, y a su vez, hemos dejado de ser competitivos en precio”. Estas son principalmente las causas de que el trabajo en la zona escasee, además de que provocan el cierre de las empresas locales. “Se ven afectadas por el poco músculo financiero que poseen la mayoría de ellas para poder afrontar esta situación. Los balances empiezan a ser negativos y las deudas acaban por hundir a la mayor parte de las fábricas”, se lamenta.
Su empresa cerró en 2012. Un hecho que, como era de esperar, les afectó a él y a su hermano Pedro no solo de forma profesional, sino también personalmente. Francisco confiesa: “nos quedamos en una situación anímica muy mala. Yo en particular caí en una depresión de la que tuve que ser tratado; me culpaba del cierre y de haber tirado por la borda todo el trabajo y sacrificio de toda una vida de mis padres”. Está afligido por rememorar aquello. Económicamente también se quedaron en una “malísima situación". “Todo lo que teníamos se esfumó a la vez que la empresa”, recalca. Y después de haber trabajado siempre por su cuenta, en su propia empresa, Francisco y Pedro se vieron en algo totalmente nuevo: “tuvimos que salir a buscar trabajo. Ya no éramos empleadores, seríamos empleados una vez encontrásemos un nuevo puesto de trabajo”. Actualmente Francisco es jefe de administración de una empresa, también de calzado, en Brea de Aragón.
Tanto Illueca como Brea han sido pueblos generadores de empleo, es decir, existía una alta demanda de trabajadores. Hoy en día esto ha cambiado por completo, son los vecinos de estos municipios los que tienen que salir fuera en busca de un puesto de trabajo. Francisco apunta que cada empresa que cierra es perjuicial para todos, también para el pueblo, porque al escasear el trabajo, la gente se marcha a otros lugares. Asimismo, para las empresas que quedan abiertas también es desfavorable por varios motivos: “cada día quedan menos trabajadores cualificados en la industria del calzado y, a medida que van cerrando las fábricas, van dejando de venir proveedores a ofertar sus productos”, explica Francisco frustrado.
Y en cuanto a sus expectativas de futuro, Francisco dice apenado: “el pueblo está muy afectado por esta situación. El ambiente que se respira es de pesimismo y tristeza al ver el presente, y lo que es peor, el futuro que se nos viene si nadie lo remedia”. En Illueca ya no solo se notan los efectos de la deslocalización de las empresas y la globalización, sino también las consecuencias de la despoblación. “Es un pueblo en el que ya no nacen casi niños y la población es cada vez más envejecida”, comenta. Tampoco quedan apenas lugares de ocio y los comercios van desapareciendo poco a poco. Francisco me explica que este panorama está motivado por el cierre de numerosas empresas y acaba dándome un dato importante: “en los últimos 15 años se han perdido más de 1.500 puestos de trabajos directos, además de otros muchos indirectos”.
El poco café que quedaba en las tazas se ha enfriado después de esta larga charla, en la que un Francisco Garrido desolado ha reunido todos sus recuerdos para contar la difícil situación que vive hoy la industria del calzado de la zona.
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Editores: Dèsirée Cremades y Sonia Bambó
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